
Kiko Veneno
SENSACIONES A FLOR DE PIEL.
Texto: David Moreu
Algunos artistas tienen un universo tan personal y colorido, que sus canciones han logrado trascender géneros, romper fronteras y hacer bailar a distintas generaciones con la misma pasión que el primer día. Éste es el caso de Kiko Veneno, uno de los nombres en mayúsculas de la música de nuestro país, que ahora ha vuelto a la palestra con un nuevo álbum marcado por la experimentación. Pero siempre manteniéndose fiel a esa mezcla promiscua de rock urbano, flamenco y rumba que tantos éxitos le ha reportado en cada una de sus entregas anteriores. Esta nueva colección de temas se asemeja a un collage sonoro y responde al sugerente título de «Sensación Térmica«. No en vano, nace con la vocación de despertar sentimientos latentes y abrir nuevos senderos en una carrera que se remonta a mediados de la década de los 70, cuando Andalucía temblaba al son de bandas mestizas y rebeldes como Veneno, Triana o Smash. El encuentro con Kiko Veneno ha tenido lugar en una cafetería de Barcelona donde hemos hablado sin pelos en la lengua sobre el futuro, el pasado y este presente tan incierto que se escurre por las grietas del asfalto.
Lo primero que se ve de un disco es la portada y en la de «Sensación Térmica» aparece un collage hecho de retazos de periódicos que forman un pájaro. ¿Sería ésta una buena metáfora de tu actitud o de tu estado artístico actual?
No lo sé explicar con palabras porque no soy teórico del arte. Pero sí sé que el diseñador, que es mi hijo Adán, ha tenido en cuenta la sonoridad del disco y una cierta estrategia urbana. Hay muchas fotografías y mucho arte sacado de las paredes y de la vida cotidiana de la ciudad. Veo que la factura sonora del disco está muy acorde con su factura visual, porque tiene variedad, tiene colorido, tiene trama…
A diferencia de otros artistas de tu generación que se han quedado estancados con su propuesta musical, tú te has reinventado constantemente y has llegado al público alternativo actual. ¿Te sientes identificado con su manera de ver el mundo?
Me siento identificado con ellos porque, para mi, la música fue una pasión juvenil. A los 13 años escuché el «Twist and Shout» y eran momentos fundacionales, en los que ya veías la generación que se estaba formando y notabas que el mundo cambiaba. Apreciabas la energía de los grupos y ahora los veo como una especie de comandos guerrilleros con un alcance cultural, musical y comunicativo impresionante. Además, muchos provenían de la clase obrera y eso les daba ese carácter. Fue a partir del movimiento juvenil de los años 60 que empezaron a fraguarse todos los movimientos sucesivos y la música pasó a ser una gran industria, que ahora se ha venido abajo. Pero cada época necesita sus nuevos sonidos, su propio concepto de creación, sus modas… sentimentalmente, estoy a favor de las nuevas generaciones.
¿Cómo empezó a gestarse la idea de este nuevo disco y qué destacarías de la colaboración con Raül Fernández (Refree), un productor habitual de la escena indie?
Empecé a componer las canciones con la idea de hacer algo distinto. Una vez tuve las maquetas, las llevé a mi compañía de discos (Warner) y les comenté que quería arriesgarme, hacer algo nuevo y explorar otros territorios porque los temas tenían ese carácter novedoso, aunque dentro de mi estilo. Quería atreverme con algo rompedor y ellos me propusieron colaborar con Refree. Yo conocía un poco su trabajo, entonces nos entrevistamos, le enseñé las maquetas y hubo una buena sintonía desde el principio. Así que empezamos a trabajar en una canción para ver si iba bien… esto es como los matrimonios, vamos a vivir juntos un mes o algo así. Él tiene una gran calidad como músico, domina mucho las técnicas de grabación y desarrollaba las sonoridades que se le ocurrían para vestir mis canciones. Así fue cómo trabajamos, hasta que lo dejamos al gusto de ambos.
El disco ha tomado forma entre Barcelona y Sevilla. Entre Cataluña y el Sur. Entre tu tierra natal y tu tierra de adopción. ¿Cómo fueron las sesiones de grabación?
Fue una grabación bastante clásica. Él cogió mis maquetas y empezó a poner baterías, bajos, guitarras y todo lo que se le ocurría. Entonces yo iba al estudio, lo escuchaba, cambiábamos cosas que no nos gustaban y las mejorábamos con otros aspectos. Empecé a cantar sobre eso, a meter mi guitarrita y a seguir el caminó que él me marcaba. Raül se ha sentido muy libre para dar a las canciones el tratamiento que creía necesario. Yo me dejé llevar porque me gustaba. Es un disco clásico, hecho en varias etapas durante dos meses en los que yo iba a Barcelona y ponía mi parte. Pero llegó un momento que decidimos ir a Sevilla a pasar tres o cuatro días en un estudio para grabar con mis músicos y dar ciertos acentos que aquí habrían sido más complicados. Allí completamos el circulo.
Has contado con la colaboración de Sílvia Pérez Cruz en el tema «Namasté«. ¿Conocías su música y su carisma con anterioridad? ¿Cómo fue grabar al alimón?
No la conocía personalmente, pero sí que había escuchado su trabajo con Las Migas. El caso es que Raül acababa de grabar su primer disco como solista, una obra muy bonita con la que ella ha iniciado su carrera con muy buen pie. Él tenía mucha cercanía con Sílvia, le propuso la idea y, una de las veces que vine a Barcelona, me encontré que había grabado esa voz que me pareció magnífica. Estoy muy satisfecho, sobre todo con el juego final de voces que es muy emocionante.
¿Cómo te planteas llevar este disco a los escenarios? ¿Contarás con tu banda habitual, con Refree o has pensado en músicos nuevos?
Pondré mis músicos habituales y añadiré algún otro instrumento para intentar reproducir el abanico de sonidos del disco. Hay que buscar ese tipo de batería para que suene así, hay que buscar esos pedales para que la guitarra suene así, hay que intentar recrear esa sensación sonora, aunque no copiarla de manera idéntica.
¿Eres de esos músicos que distingue mucho entre lo que se graba en el estudio y lo que se toca en directo?
Son dos mundos distintos y la relación entre ellos puede ser la que tú quieras. Por ejemplo, cuando hice «Échate un Cantecito» inmediatamente vine a España y busqué a un percusionista africano, porque el disco tenía ese rollo y necesitaba dárselo en directo. Y si hubiera podido traer a los músicos con los que grabé en Londres, lo hubiera hecho. Hay momentos en los que debes pegarte más al disco, en otros tienes que sentirte más libre y también saber desarrollarlo. Porque el disco es algo que ya está terminado, pero sigue sonando y se te ocurren cosas nuevas cuando lo tocas en directo. Es algo vivo que vas completando con el público.
El disco incluye una adaptación de San Juan de la Cruz («Malagueña de San Juan de la Cruz«) ¿Cómo surgió la idea? ¿Alguna vez te has planteado hacer un disco entero de homenaje a un poeta?
San Juan de la Cruz es una de las cumbres de la poesía española. Su obra lírico-mística ha sido un género único que nadie ha superado, pero sigue emocionando después de tantos años. Fue un desafío porque quería dar a esta cosa sagrada un tratamiento un poco flamenco, pero callejero, a mi estilo. Sobre lo de plantear un disco entero, me sentiría muy cómodo porque hay grandes poetas para hacer un trabajo así, desde San Juan de la Cruz hasta Lorca, pasando por Góngora o Nicanor Parra, que ganó el Premio Cervantes de 2011. Hay muchísimos que te emocionan y que los siento cercanos para poner música a sus letras.
¿En qué notas que ha cambiado la industria musical actual? ¿Añoras la manera de trabajar de antes, por ejemplo, como en los días de «Échate un Cantecito«?
Ha cambiado muchísimo porque entonces se vendían miles o millones de discos y ahora solamente se venden decenas. No me creo que las descargas sean lo mismo que comprarse un disco. Sobre todo porque los álbumes eran obras completas que te daban 40, 50 o 60 minutos de música y profundizaban en una misma idea. La música tuvo mucho poder y creó una gran industria con muchísimo dinero, pero quizá fue víctima de sus propias contradicciones, por haber alcanzado un volumen de negocio tan grande.
¿Crees que la música y los artistas aún mantienen su capacidad de cambiar las cosas?
Eso es algo inherente a la propia vida porque la música siempre ha jugado un papel muy relevante en las costumbres y en la cultura. Ahora hay mucha gente haciendo cosas, pero yo no diría que hay muchos artistas. Gracias a la tecnología, la gente confunde el medio con el contenido. ¿Tener móvil significa estar comunicado? No, perdona. Estar comunicado es una postura espiritual, es una cuestión personal de tu conciencia y no depende de los aparatos. Creo que estamos concediéndole demasiada importancia a la tecnología. Hacer un disco en tu casa no significa que seas artista. Ser artista es otra cosa y eso, hoy, no está tan claro porque significa ir a contracorriente. La sociedad y los valores más importantes están en crisis, entonces es normal que la música también lo esté.
¿Por qué crees que la música ha perdido el valor cultural de antaño?
Una de las cosas que nos ha llevado a esta crisis es que se intenta desplazar el arte a la periferia. De alguna forma no interesa que los artistas tengan relevancia social o política. Aunque los artistas contribuyen a que el mundo sea más humano. La primera fosa que se cavó fue la de hacer millonarios a chavales con 20 años, porque eso tampoco ayudó a que creciera la conciencia y la artesanía de la música.
Todo esto que sucede hoy era impensable en la movida andaluza de mediados de los años 70. ¿Qué recuerdas de aquella época en la que unisteis por primera vez el flamenco con el rock?
Fue algo grandioso. Mi primer contacto con la música fue instintivo, salvaje y nunca premeditado. Fue una casualidad de la vida la que me hizo vivir aquello, pero me entregué en cuerpo y alma a esa experiencia y lo pasé extraordinariamente bien. Además, con la conciencia de que estábamos haciendo algo único, con el privilegio artístico de poder crear algo diferente. Fueron tiempos fantásticos.
Por curiosidad, ¿algún día veremos a Veneno reunidos como en los viejos tiempos?
Hombre, todo es posible. A mi, en cierta forma, me encantaría, pero lo veo difícil. Raimundo está bien, pero sé que Rafael está en silla de ruedas y tiene problemas de salud. Rememorar aquello sería algo grandioso. Ojalá se pudiera hacer alguna vez.
Después de tantos años de carrera, tú música se ha convertido en algo muy reconocible y tiene tres elementos que se mezclan de forma promiscua: el rock, la rumba y el flamenco. ¿Qué aporta cada género a la mezcla final?
El rock te aporta la vitalidad y la rebeldía juvenil. De alguna forma es un arte estricto, que intenta ver la vida con una claridad rítmica y con contundencia. El rock no te invita a las medias tintas, sino que te lleva a definirte, a disfrutar, a manifestarte y a tomar una posición activa por la vida. La rumba es un vehículo, sobre todo catalán, de contar historias. Yo creo que es un concepto mestizo de ida y de vuelta que traduce al español la forma de contar historias que tenía el son cubano. Por lo tanto, es algo muy cercano a la gente y te identificas con sus letras. Y el flamenco es uno de los artes vivos más antiguos de Europa, aunque, a pesar de esas raíces ancestrales, sigue dando productos nuevos y sigue evolucionando. Eso lo hace tremendamente interesante.
Hablando de flamenco, ¿qué recuerdos tienes de Camarón y de las sesiones de grabación de «La Leyenda del Tiempo«?
Eso fue después de Veneno. Estábamos muy contentos y a Ricardo Pachón (productor de Veneno y de Lole y Manuel) le ofrecieron la posibilidad de producir a Camarón. Entonces, él nos puso en contacto y quería que yo le compusiera algunas canciones. Hicimos un plan para poder empezar a trabajar las nuevas ideas para ese disco y cuando Camarón estuvo en mi casa fue uno de los días más increíbles y felices de mi vida. Le canté «Volando Voy» y fueron momentos inolvidables. Era una persona de una gran inteligencia, de una gran serenidad y muy tranquila… hablaba despacio y sin gritar absolutamente nada. Tenía una voz muy dulce y era un músico inigualable. Seguramente es el trabajo más importante que he hecho en mi vida, aunque fui un poco ingenuo. Creí que por haber trabajado con Camarón se me abrirían todas las puertas del universo. Ahí me equivoqué, en lo demás no.
El disco «Santa Leone» de Pájaro ha recibido críticas excelentes y tú compusiste uno de sus temas. ¿Cómo surgió esa colaboración tan especial?
Es un disco extraordinario y ahora está actuando en el SXSW de Austin (Texas). Pájaro es el guitarrista flamenco de «Échate un Cantecito«, un músico legendario sevillano que se hizo conmigo y con Silvio (el gran rockero de Sevilla) y que ya en la madurez de su vida ha cuajado esta obra compuesta por él mismo. Yo le ayudé en una letra, precisamente me dijo: “Esta letra se la he encargado a varias personas y es la última que me falta, Kiko. Y creo que la única persona que puede hacerla eres tú”. Yo decidí responder a la confianza que me daba y la hice del tirón. Al día siguiente se la mandé y me contestó: “De puta madre”. Le añadió dos o tres cosas y ahí quedó. La canción se llama «La Luz Roja«.
Supongo que ahora que tu nuevo disco ya está en la calle, la idea es presentarlo en directo en muchos sitios…
Actualmente, tocar mucho no es un plan de vida porque no hay ambiente para hacerlo. Hay que esperar y, en el mejor de los casos, tocar bastante… esa sería una buena propuesta. El país y la economía no creo que estén para que haya muchas actuaciones. El concepto de caché para pagar a una banda está desapareciendo en España, tenemos que ir a empresas, alquilar los teatros y solamente nos quedan algunos festivales a los que agarrarnos para que nos paguen el caché. Creo que este disco me va a ayudar a lograrlo. Aunque estamos en la incertidumbre total.
Para terminar la entrevista, ¿se jubilará algún día Kiko Veneno y dónde podremos encontrarte entonces?
Haría medio añito en la playa, pero con una huerta, con mucha familia, con mis nietos y con animales, gallinas y corderitos corriendo por allí. Una huerta estupenda. Y después, cuando viniera el frío, viajaría a los países cálidos. Me gustaría conocer todo el mundo, incluso los polos, con esas noches de verano tan espectaculares.