
Frank Kozik
A principios de la década de los 90, justo después de la resaca que supusieron el estallido del hardcore y del heavy metal de Sunset Strip, la música se reencontró con sus raíces más distorsionadas gracias a la proliferación de sellos independientes. Entonces, las bandas tomaron de nuevo la carretera en sus viejas furgonetas, distribuían las maquetas en cintas de casete y soñaban con aparecer en fanzines amateurs, como hacían Mudhoney o Jane’s Addiction justo antes de dar el salto al estrellato. Aquel panorama marcó un regreso a la creatividad de antaño y lanzó la carrera de nuevos diseñadores, que hicieron las imágenes más sorprendentes de la escena alternativa. Curiosamente, esta nueva revolución no empezó en la costa californiana (como había sucedido en los años 60), sino que tuvo su epicentro en la ciudad de Austin gracias a la avalancha de colores y de formas surrealistas de Frank Kozik, un artista políticamente incorrecto que encandiló a grupos como Pearl Jam, Soundgarden y los Beastie Boys mediante sus carteles de conciertos hechos en serigrafía. Pero, no contento con que miles de aficionados al rock consideraran sus obras como objetos de culto, este creador tan inquieto también se animó a probar suerte en el mundo discográfico y se lanzó al vacío con el sello Man’s Ruin Records, que descubriría al mundo la escena stoner gracias a las primeras grabaciones de Kyuss y Queens of the Stone Age, junto con EP’s de Fu Manchu y de otras bandas destacadas de aquel sonido forjado en el calor y las grietas del desierto.
Aunque toda historia de éxito tiene un momento de cambio e incertidumbre. En el caso de Frank Kozik, todo se precipitó cuando tomó la decisión de alejarse de la música, vender su legendaria imprenta y dedicarse por completo al emergente mundo de los “toys”. De la noche a la mañana, este artista nacido en España (pero criado en la contracultura norteamericana) pasó a ser un referente del diseño de objetos de coleccionista y sus obras empezaron exponerse en galerías especializadas, tanto en Los Ángeles como en Japón, donde está considerado una gran estrella. Después de varios meses de mails cruzados y de viajes imprevistos, hemos podido hablar con Frank Kozik para descubrir los secretos de su atípica carrera, recordar sus días de rock n’ roll y conocer qué piensa un gurú del diseño.
Para empezar, te propongo viajar en el tiempo. Naciste en España en 1962 y cuando eras adolescente te mudaste a los Estados Unidos. ¿Supuso un cambio pasar de un país encerrado en una dictadura a otro que estaba en plena ebullición contracultural?
La vida en España no estaba nada mal si venías de una familia privilegiada, pero cuando me hice mayor y visité a mis parientes en el extranjero, me di cuenta de lo equivocado que estaba. Así que en 1976 viajé a los Estados Unidos para ver a mi padre y decidí quedarme allí. Nunca más regresé. Si lo comparo con España, aquel país era un paraíso para los adolescentes… coches, chicas, drogas, rock y nada de política ni iglesia. Era fantástico. Como puedes imaginar, eso eran los años 70.
Por curiosidad, ¿cómo te adentraste en la escena underground y cuáles fueron tus primeros referentes artísticos?
Fueron los cómics de Mortadelo y Filemón, y créeme que es cierto porque no te estoy tomando el pelo. Después me aficioné a Mad Magazine, a Heavy Metal magazine y tenía un amigo muy “cool” que me introdujo en el mundo del punk y de la new wave. Esa música me encantaba y me enganchó por completo.
Toda historia tiene un punto de inflexión y, en tu caso, fue cuando te lanzaste al vacío y empezaste a crear tus propias obras…
Cuando empecé a frecuentar la magnífica escena de música punk de Austin (Texas), me encontré que todos mis amigos tocaban en bandas, pero yo no tenía el suficiente talento para coger un instrumento. Aunque sí que podía crear pequeños flyers y dibujos extraños, así que me convertí en el tío que promocionaba los conciertos. Todo lo demás surgió a partir de esa experiencia. Nunca imaginé que eso se convertiría en arte y, aún menos, que desarrollaría una carrera por el simple hecho de hacer cosas raras y de diseñar panfletos para esa pequeña escena local.
Participaste en el aclamado documental “American Artifact” que cuenta la historia de los carteles de rock y sus aires vanguardistas. ¿Crees que los artistas deben romper las normas para conseguir que su obra tenga repercusión?
No tengo ni idea cómo acabé participando en ese documental porque ha habido varios pequeños proyectos como ese. Entonces diseñé muchos pósteres y algunas de aquellas bandas se hicieron muy famosas, así que supongo que vinieron a buscarme. En referencia a lo que comentas, no creo que los artistas deban ser rebeldes, aunque eso ayuda a estar conectado a una escena o a una situación que es distinta y te permite generar atención. Los que actúan así son los transgresores.
En 2001 tomaste la decisión de dedicarte por completo al diseño y a la creación de “toys”. ¿Crees que necesitabas nuevos retos en tu carrera? ¿Cómo es el proceso creativo para dar forma a KidRobot, Smorkin’ Dunny y The Labbit?
Sí, estaba completamente quemado de la escena musical y del negocio que la rodea. Además, el movimiento de los “toys” era muy interesante, distinto y, si te soy honesto, tan raro como puede parecer desde fuera. Estas creaciones resultaron ser intelectualmente más satisfactorias que la música. Piensa que el rock está lleno de reglas y de tópicos que lo hacen aburrido. Ahora diseño una gran variedad de personajes y de cosas que creo que son divertidas. Todo el proceso creativo empieza, básicamente, con un lápiz y un trozo de papel.
Actualmente, la cultura pop se ha convertido en una especie de religión. ¿Cómo valoras la evolución de este fenómeno desde que empezaste tu carrera?
Hoy, la cultura pop tiene un alcance mundial y domina todo lo que es comercial. El Uróboros es el símbolo de una serpiente que da vueltas y se come su propia cola… de modo similar, yo utilizo fragmentos y partes de cosas que me llaman la atención de maneras un poco insanas, pero a mucha gente parece que le gustan y así yo puedo ganarme la vida. No hay ningún secreto en lo que hago y tampoco hay que concederle demasiada importancia.
Tu experiencia con los “toys” ha sido completamente distinta a tu aventura al frente de Man’s Ruin Records. ¿Qué has aprendido sobre el mundo del arte y de los negocios a lo largo de los años?
Ha sido una experiencia mucho más gratificante, porque solamente tengo que preocuparme de pasarlo bien. Y me ha ido mucho mejor. Tengo la oportunidad de crear cualquier cosa rara que se me ocurra y sin la obligación de que tenga que ser popular. Eso es lo más bonito. Con Man’s Ruin siempre intentaba adivinar qué quería escuchar la gente… y, con el paso del tiempo, eso fue una mierda. Ahora soy consciente de que el arte es un negocio. Fin de la historia. Conviértete en un profesional o jódete.
Hace unos años parecía una quimera, pero hoy ya existen museos y galerías dedicadas a los “toys”, sobretodo en Japón…
Japón era un lugar muy interesante, pero también tenía algo que lo hacía relativamente normal. La diferencia idiomática es una mierda porque, al cabo de un rato, te acababa doliendo la cabeza y es muy complicado poder ser tu mismo. No lo hecho de menos. La TAG es una galería y tienda muy bonita en Los Ángeles donde organizan muchos eventos y exposiciones, pero no se parece a un museo, sino que es un negocio.
Para cerrar esta entrevista en forma de círculo, ¿crees que las grandes marcas se están aprovechando de la escena underground y del mundo de la música?
He estado colaborando con grandes marcas durante casi 25 años y su intención es vender cosas a los jóvenes. Fin de la historia. Lo mejor de todo es que pagan bien, son puntuales y no quieren perder el tiempo. Aunque pueda parecer raro, siempre me ha resultado fácil tratar con ellos. Créeme, no hecho de menos para nada la escena musical. Tengo 52 años y haber dedicado a ese mundo dos largas décadas es más que suficiente. Hoy hago lo que me apetece y resulta mucho más divertido.