David Trueba

DE VUELTA A LA CARRETERA.

Texto: David Moreu

Si existe un hombre del renacimiento en la escena cultural de nuestro país, éste seguramente responde al nombre de David Trueba. No en vano, sus novelas ya forman parte del imaginario de una generación en perpetuo cambio, sigue publicando artículos semanalmente en los periódicos más destacados, colecciona varias nominaciones a los Goya y hace años que se ha consagrado como una de las voces más personales del cine español. Después de un período de incertidumbre profesional y de sorprender con su película más íntima y arriesgada en varios años, ahora regresa al gran circo mediático con “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, la historia de un profesor de inglés que decide viajar en coche a Almería, a mediados de la década de los 60, para encontrarse con John Lennon y pedirle que le ayude a completar la letra de varias canciones de los Beatles para sus clases. Una anécdota verdadera que, en manos de David Trueba, se convierte en un canto a la libertad y a la rebeldía en una época marcada por la Dictadura, pero también en una road movie por carreteras andaluzas en busca de los sueños y de esos mitos musicales que todavía encienden el alma de las personas. Aunque después la realidad nos haga tocar de pies al suelo de manera cruel.

Aprovechando el estreno de la película, he tenido la oportunidad de encontrarme con su director en un marco incomparable, como es la terraza de la Casa Fuster de Barcelona, para hablar sobre su carrera, de la importancia de los mitos en las historias y de los tiempos tan extraños en los que todavía estamos inmersos. Todo ello con ecos de Neil Young, de novelas que se han desmadrado y de legendarios spaghetti western.

Tu anterior película (“Madrid 1987”) fue una producción pequeña sobre un cruce de caminos generacional marcado por el desengaño. ¿En qué momento profesional te encontrabas al afrontar ese trabajo?
Fue una película muy importante porque, cuando se te cierran las puertas y tienes en cuenta todas las dificultades para poner en marcha un proyecto, pero decides hacerlo igualmente, estás muy desprotegido. Curiosamente, eso también te sirve para reafirmar tu vocación, porque cuando te ves lanzado a ese proyecto, peleando por él y sacándolo adelante con muy pocos factores a tu favor, también descubres de nuevo el oficio, como cuando tenías 15 años, y entiendes por qué te gusta tanto. Esa película fue, además, una experiencia cinematográfica muy buena porque le ha dado a José Sacristán un segundo reenganche con gente muy joven. Éramos muy pocos en el rodaje, pero todavía lo recordamos. Incluso el ingeniero de sonido que ha trabajado en la nueva película me dijo durante el rodaje en Almería: “Oye, la película está saliendo muy bien, estarás contento”. Y le contesté: “Sí, pero como en nuestro baño no se está en ningún lado”. El rodaje de “Madrid 1987” fue maravilloso e irrepetible.

Ahora presentas “Vivir es fácil con los ojos cerrados”, una obra completamente distinta y más soleada, que te lleva de nuevo a la carretera. ¿Qué te fascinó de esta historia? ¿Podríamos decir que tiene un punto de mitómano?
Sí, seguramente todos tenemos un punto de mitómano porque siempre hay figuras a las que admiramos. Yo, de hecho, siempre he dicho que la admiración es un elemento fundamental en la vida, que uno tiene que tener modelos de lo que le gustaría hacer. La película trata, precisamente, de que el viaje es más agradable cuando aspiras a algo, porque vas buscando una luz que te ilumine. Al final, todos necesitamos un guía, todos pasamos por un momento en el que estamos perdidos, especialmente cuando eres un adolescente que no sabes dónde vas a ir, qué vas a hacer o si vas a poder tener la vida que quieres llevar. Entonces lo que necesitas es alguien venga a reafirmarte y te diga: “Sí, se puede, pelea por las cosas que crees y ya verás que, con todas sus dificultades, algunas saldrán adelante”.

Los tres protagonistas representan distintas facetas de la rebeldía en una época de cambio, como fueron los años 60. ¿Puede que aquellos días se hayan idealizado o actualmente faltan referentes?
Lo que tiene de ejemplar es que era una época difícil, donde las cosas sucedían con más complicación y lo que echamos de menos es que, pese a esa situación, tenían mucha esperanza. La gente estaba segura de que el mundo sería mejor y más libre, pero ahora nos encontramos en una situación un poco a la contraria, porque todos están atemorizados de que el mundo vaya peor y de que la situación laboral y económica no mejore. Hemos perdido ese rasgo de fe, de creer que lo mejor aún está por llegar. La década de los 60 también fue una época de lucha, de pelea y de represión, así que tampoco fue fácil para ellos transmitir esa imagen. Y si la transmitieron fue porque lograron verdaderas revoluciones en los derechos civiles, en la libertad, en la juventud y en muchas otras cosas.

¿Crees que los iconos que se consagraron en aquella época, como John Lennon, podrán repetirse alguna vez?
La gran diferencia es que hoy hay un mayor escrutinio, se perdonan menos los errores y la gente es hipercrítica. Vivimos en un mundo muy descreído y eso dificulta la labor de la gente a la hora de descubrir a un ídolo, pero también la labor de los ídolos para serlo, porque a todos les encuentran los trapos sucios. Actualmente no se libra nadie. Bromeando siempre digo que si Jesucristo volviera a la tierra, al tercer día ya le habrían sacado tres exclusivas y le habrían hundido la reputación. A Lennon, que también tuvo ataques brutales de la prensa, incluido en la época en que fue asesinado, se le acusaba de que era millonario y de que compraba muchas propiedades. Al final la gente destruye lo que tiene y lo que admira, pero siempre quedan las canciones, que es lo fundamental.

Tu nueva película es una road movie y gran parte del rodaje se desarrolló en Almería. Supongo que estar en el lugar donde se rodaron algunos spaghetti western legendarios fue una gozada para un cinéfilo…
Sí, estábamos en el territorio de algunas películas clásicas y, sobre todo, había ese elemento de western. Almería ha servido tantas veces de decorado del oeste americano que era interesante estar rodando allí y que Almería fuera Almería, con el mismo paisaje, el mismo sabor a desierto, a lugar perdido y varado en el tiempo. Pero era el lugar de verdad. Es un decorado que se ha usado de todas las maneras posibles, pero muy pocas como Almería.

Por curiosidad, ¿cómo habéis logrado los derechos de las canciones de los Beatles para la película? Tengo entendido que muy pocos productores los consiguen…
Es muy complicado y la productora se dio cuenta en seguida de que sería un tema esencial. Entonces, incluso antes de que empezáramos el rodaje, ya estaba en contacto con los herederos, los abogados, la casa de discos en América… aún así, ocho o nueve meses después, aún tuve que rodar la escena de la clase con una doble versión. En una recitaban la letra de “Help” y en otra recitaban otras frases en inglés porque en ese momento aún no tenía los derechos. Fue cuando monté esa escena y la enviamos a los herederos, que la vieron y nos dieron la autorización. A partir de ahí se desencalló mucho la negociación, aunque fue complicado porque, una vez aceptan, empieza la negociación económica, que es otro capítulo increíble. Son una industria.

La música es la gran excusa para contar una historia, algo muy habitual en el cine americano, pero poco frecuente en nuestro país. ¿Por qué crees que aquí nos da miedo hacer películas basadas en la cultura pop o, directamente, en temas musicales?
Yo creo que no nos damos cuenta en qué medida han sido importantes algunos elementos culturales y, obviamente, es difícil incorporarlos en una película y que salga de manera natural. Imagino que mucha gente no quiere hacerlo de un modo impostado, pero creo que uno, cuando analiza las cosas que han sido importantes para la gente, hay muchos elementos de la cultura popular, de una actriz, de un diseñador, de una película o de una música que forman parte intrínseca de su vida y que explican muy bien una época. Al final, uno va contando la historia de la humanidad desde las Cuevas de Altamira, que es la primera expresión cultural, en adelante, y te vas dando cuenta de hasta qué punto los elementos artísticos son muy representativos de cada época.

La música aparece a lo largo de tu obra para definir algunos personajes, como Claudio en “Cuatro Amigos” y Gabino Diego en “Los peores años de nuestra vida”. ¿Qué hay de ti en esos gustos musicales tan eclécticos o vas por otros caminos?
Me gustan muchos tipos de música, pero he sido muy fan del rock n’ roll, de la música brasileña, de la “chanson” francesa y de los crooners norteamericanos, como Frank Sinatra, Tony Bennett y Dean Martin. Puedo escuchar desde Bob Dylan hasta James Brown y, por supuesto, Neil Young, que ha sido alguien que me ha gustado siempre mucho. También el blues de una época de Ray Charles o de Chuck Berry, al mismo tiempo que Gilberto Gil o Caetano Veloso. He tenido muchas épocas, pero sí que es verdad que he asociado la música a lo festivo y siempre me ha gustado mucho la música de plaza o de fiesta.

Es evidente que rehúyes el encasillamiento y que lo que más te gusta es contar historias. ¿Cómo decides si una idea es mejor para una película o un libro?
Me gustaría decir otra cosa, pero es que nacen así. Nacen asociadas a lo que van a ser. Yo no tengo una idea y me pregunto si podría ser una película o una novela, sino que lo veo claro desde el primer momento. Por ejemplo, la anécdota del profesor de Cartagena que fue a ver a John Lennon, nunca pensé que haría una novela… claro que se podría hacer, pero nunca lo pensé. Siempre creí que podría hacer una película con esa historia. ¿Por qué? No me lo preguntes, nace así.

Escribiste el documental de “Balseros” y codirigiste “La silla de Fernando”. ¿Te planteas volver a adéntrate en este género? ¿Te apetecería abordar algún tema relacionado con la música?
Me encantaría porque la música es un lenguaje maravilloso y, en general, la gente que hace bien estos documentales también suele escudriñar en la obra de los artistas y en la manera que tienen de trabajar. De hecho, hice una cosa para Médicos Sin Fronteras que tenía algo que ver porque era un grupo de mujeres de Zimbabue que transmitían la información para prevenir el sida a través de unos coros e iban por los pueblos. Hicimos una cosa muy rápida, en una semana, pero hablaba de la importancia de la música a la hora de comunicar.

¿Qué recuerdos tienes de la época que escribiste “Cuatro Amigos”? Supongo que no imaginabas que se convertiría en una especie de icono generacional…
Recuerdo la actitud de querer escribirlo con total sinceridad, sin entrar en eso de “ay, dios mío, ¿qué van a decir, qué van a pensar?” Quería retratar un momento de mi vida que se iba y que estaba quedando atrás. Acababa de ser padre y, seguramente, la reacción natural fue despedirme de una época, pero no quería poetizarla, sino contar las cosas cómo yo las veía. Y creo que eso fue lo que conectó y sigue conectando con la gente, porque encuentro a muchas personas que me dicen: “Es mi libro favorito o lo he regalado mucho”. A mi me hace muchísima ilusión porque sé que, detrás de eso, se sienten reconocidos o, de alguna manera, sienten que no les estás mintiendo ni edulcorando la realidad, sino hablándoles cara a cara. Yo respeto mucho al lector y siempre lo he considerado igual que yo. Es alguien a quien tengo que hablar como a un igual y si ellos lo perciben así, entonces soy feliz.

Para terminar la entrevista y enlazando con el tema de los mitos, si tuvieras la posibilidad de viajar en el tiempo, ¿a quién te gustaría conocer?
Es una pregunta difícil, pero creo que me habría gustado vivir en la Francia de la Ilustración y conocer a Voltaire, a Diderot y charlar con ellos un rato. En esto soy poco pop. Es complicado porque ha ido quedando gente atrás que me habría encantado conocer, como Lubitsch, Audrey Hepburn y Marilyn Monroe. Imagínate haber podido estar con Chaplin o con Buster Keaton…